domingo, 28 de enero de 2018

He vuelto.



Hace meses, por no decir alrededor de un año, que no me pongo frente al ordenador a dedicarle un poco de tiempo a esto.
Quizás fue porque la universidad me ha tenido consumida, de hecho sigue teniéndome así.
Pero ahora, vuelvo a sentir la necesidad de evadirme de todo otra vez, de refugiarme en la escritura.

Así que aprovecho este post para decir que he vuelto y esta vez para quedarme, no sé cuánto tiempo, o al menos con qué frecuencia podré ir dejando pequeños pedacitos de mí por aquí.

Solo espero que volváis a leerme con la misma ilusión que estoy empezando escribir yo de nuevo.

Un saludo, Ari.

                                                   

Disappear.




Desaparecer. ¿Cuántas veces habremos pensado en hacerlo? ¿Cuántas veces hemos sentido que sobrábamos en un sitio y hemos querido hacerlo?
O simplemente, ¿cuántas veces hemos pensado en desaparecer solo por el hecho de ver quién nos echaría de menos? Tantas cosas se nos pasan por la cabeza con esa palabra...

La verdad es que hace bastante tiempo que lleva presente diariamente en mi cabeza.
A veces con unos motivos, otras con otros, pero siempre está conmigo.

Y duele.

Duele levantarte cada día y pensar "¿habrá algo hoy que merezca la pena?", "¿acabaré el día sin decepcionarme con alguien?", y duele más aún cuando esas decepciones de las que hablo siempre vienen de las mismas personas, y aún así, sigan doliendo como si de un puñal en mi espalda se tratase.

Duele porque la palabra desaparecer para ellxs probablemente no supondría una pérdida, sino un alivio, y duele más aún porque su ausencia sabiendo que están, o más bien su indiferencia, es incluso más dolorosa.

Duele porque nadie sabe lo que callo, la de dolor que he aprendido a transformar en la sonrisa más "real" posible como escudo de batalla ante esta guerra que hace tiempo que debí abandonar. Al final va a ser cierto, irse también es de valientes.

Sé que es inútil luchar por algo que a simple vista ya está perdido, pero al fin y al cabo, la heridas de guerra son las que nos hacen aprender y ser fuertes, ¿no?.



Perdida.



He perdido la cuenta de los días que llevo sin encontrarme, no sé en qué momento me fui, me perdí, y ahora más que nunca necesito volver.

Necesito ser la misma persona que hace un año, aquella que podía con cualquier tempestad que decidiera interponerse en el camino, aquella que le daba igual tener que cruzar un océano nadando con tal de demostrarle al mundo, que con ella no puede nadie.

Me siento frágil, débil, vulnerable, y no me gusta.
Siempre he sido de las que lo han tenido todo controlado, o al menos, de las que lo han intentado tener así.

Y ahora, que todo es un caos, me he convertido en eso mismo.

Mi cabeza dice que no vale pena permanecer en esta agonía, que tan solo he perdido unas cuántas batallas, pero que la guerra, aún estoy a tiempo de ganarla.

Antes, hubiese optado por coger toda mi artillería pesada y salir a a luchar, dejando a un lado todas las pérdidas que habían habido durante el camino. Repito dejándolas a un lado, que no olvidando, porque cualquiera que me conozca una pizca, sabe que eso de olvidar no se me da muy bien.

Ahora, estoy luchando con una batalla mucho peor, el famoso conflicto cabeza-corazón. 
La primera, considera que una retirada a tiempo a la larga es una victoria. El segundo, me recuerda día tras día que duda si es más valiente el que se va o el que se va.

Por suerte o por desgracia siempre he sido más partidaria de quedarse, de luchar hasta el final, para jamás quedarse con la duda de qué hubiese pasado, más vale arrepentirse de hacer algo, que al menos aprendes del error, que quedarse con la duda.

Así que, aquí estoy esperando (aunque no sé por cuánto tiempo más), si habrá merecido la pena la espera o debí haber abandonado la batalla cuando el resultado estaba claro.