He perdido la cuenta de los días que llevo sin encontrarme, no sé en qué momento me fui, me perdí, y ahora más que nunca necesito volver.
Necesito ser la misma persona que hace un año, aquella que podía con cualquier tempestad que decidiera interponerse en el camino, aquella que le daba igual tener que cruzar un océano nadando con tal de demostrarle al mundo, que con ella no puede nadie.
Me siento frágil, débil, vulnerable, y no me gusta.
Siempre he sido de las que lo han tenido todo controlado, o al menos, de las que lo han intentado tener así.
Y ahora, que todo es un caos, me he convertido en eso mismo.
Mi cabeza dice que no vale pena permanecer en esta agonía, que tan solo he perdido unas cuántas batallas, pero que la guerra, aún estoy a tiempo de ganarla.
Antes, hubiese optado por coger toda mi artillería pesada y salir a a luchar, dejando a un lado todas las pérdidas que habían habido durante el camino. Repito dejándolas a un lado, que no olvidando, porque cualquiera que me conozca una pizca, sabe que eso de olvidar no se me da muy bien.
Ahora, estoy luchando con una batalla mucho peor, el famoso conflicto cabeza-corazón.
La primera, considera que una retirada a tiempo a la larga es una victoria. El segundo, me recuerda día tras día que duda si es más valiente el que se va o el que se va.
Por suerte o por desgracia siempre he sido más partidaria de quedarse, de luchar hasta el final, para jamás quedarse con la duda de qué hubiese pasado, más vale arrepentirse de hacer algo, que al menos aprendes del error, que quedarse con la duda.
Así que, aquí estoy esperando (aunque no sé por cuánto tiempo más), si habrá merecido la pena la espera o debí haber abandonado la batalla cuando el resultado estaba claro.