domingo, 30 de octubre de 2016

Ya no te quiero. O tal vez si. No lo sé.


Hay momentos en la vida que no se olvidan nunca. Momentos especiales con personas especiales.
Hay determinadas personas que deberían ser eternas. Que deberían ser inmortalizadas y no en un simple recuerdo.
Lo nuestro fue un amor a primera sonrisa. Un amor de esos de ver amanecer en el tejado de tu casa, o de inviernos tapados con una manta viendo películas antiguas, o jugando a juegos de ordenador. Tal vez era un amor de los de para siempre, y de promesas bonitas al oído. Me gustaste desde la primera vez que te vi, aunque nunca te lo dije. De echo, creo que siempre te quise. Pero ni yo misma me dí cuenta.
Te fuiste pero dejaste una parte de tu presencia escondida bajo las sábanas de mi cama.
Me acuerdo de aquellos días en los que nos reíamos a carcajadas, y no importaba nada más que el sonido de nuestras voces diciendo te quieros llenos de futuro y promesas de felicidad a la sombra de un café. Nada podía con nosotros. Ni siquiera los días grises. Hasta los más negros tenían colores si tu sonreías
Lo cierto es que te quise y te desquise, te amé y te desamé.. Con el tiempo logré expulsarte de mi habitación. Pero también es cierto que sigues aquí. Que una parte de ti no se ha ido. Que una parte de tí me sigue echando de menos, aunque la otra parte no me pueda ni ver. Supongo que me pasa lo mismo que a tí, y que por eso me da miedo cuando alguien dice tu nombre, porque siento como si tuviera mariposas asesinas torturándome el cuerpo entero. Por eso disimulo que todo va bien. Que ya te he superado. Que ya me he ido de tu recuerdo. Que me he ido de este congelado lugar llamado soledad. Esa soledad carcelera que se niega a dejarte ir porque le gusta vivir de las lágrimas amargas de sus víctimas.
Ya no te quiero tanto como cuando éramos una realidad. Supongo que he decidido que le voy a hacer caso al diablillo que vive en mi hombro izquierdo, ese que siempre se esta peleando con el angelito de mi hombro derecho; que me dice que sea egoísta y busque mi propia felicidad. Así que un día decidí ignorar mi parte triste, esa que se había caído por las escaleras con tu adiós, con tu marcha y hacer caso a la otra parte de mí que tenia ganas de correr, salir, saltar, bailar, y reír hasta hartarse. Ya no te quiero. O tal vez si. No lo sé. Y tampoco quiero descubrirlo.
El amor no es un error y me mataba que tú pudieras salir de esto y yo no, como si tuvieras la llave de la jaula en la que mi alma estaba encerrada y te la hubieras llevado contigo para siempre. Luego descubrí que existía otra copia de dicha llave. Y mírame ahora, mi corazón esta lleno de pájaros, de primaveras y de aguas cristalinas.
¿Qué difícil es esto de olvidar, verdad? Aunque lo niegues, sé que me sigues recordando, que soy esa lágrima que se te cae del ojo derecho cuando te topas con la pulsera de cuero negro con el símbolo del ying y el yang, casi por casualidad. Que puta es la vida, y que asqueroso es el destino, que te dan lo más hermoso, y luego te lo quitan por capricho. Pero así es, y tampoco se puede hacer nada para cambiarlo. No existe opción alguna.
No se puede luchar contra la corriente del mar, no se puede ir en dirección opuesta al viento. Imposible encontrar la salida secreta del laberinto.

Por mucho que lo intentes, siempre saldrás perdiendo.

sábado, 29 de octubre de 2016

Te metiste donde nadie te llamaba y te fuiste sin pedir permiso.


Ya no recuerdo cuando fue la primera vez que dije que sería la última vez que te escribiría. Pero cuando empiezas a escribir algo grande en una página, en vez de pasar, intentas continuar escribiendo en los bordes y los espacios que quedan entre las líneas, de palabras que saben a tinta mezcladas con dolor.
Pero por mucho que tache todo lo que te llegué a escribir es imposible olvidar todo lo que vivimos. Siempre dijimos que intentaríamos hacerlo lo mejor posible, por si algún día nuestra historia terminase, guardar un buen recuerdo de ella, y que al recordarla solo fuésemos felices.

Pues bien, a mí solo me hace feliz recordar aquellas tardes que pasábamos en tu casa, tirados en el sofá, sin decir nada porque ya se lo decían todo nuestras manos y nuestros labios. Me hace feliz pensar en las huidas, en las escapadas que hacíamos sin planificar. Cuando me mandabas un mensaje y me decías: “estoy en tu puerta esperándote, baja tal y como estés que nadie nos verá, vamos a huir lejos, muy lejos”, y me faltaba tiempo para estar abajo con una coleta hecha con prisas, con un pantalón corto y mi camiseta preferida que me regalaste aquella noche en que me te la dejaste sin querer en el suelo de mi habitación. 
Bajaba como un huracán, y eras capaz de hacerme sentir una revolución cuando me abrazabas y me mirabas con esa sonrisa, para luego regalarme un beso que casi me dabas con los dientes de tanta felicidad como traías. Y te decía me llevases lejos de este barrio, que fuésemos a un lugar por conocer. 
Y es que éramos dos sonrisas a medias que sumaban una, éramos dos cuerpos que empezábamos a sentir vértigo al subir tan alto en esta noria, pero ningún vértigo se comparaba al que sentía mi lengua cuando se balanceaba sin paracaídas por la pendiente de tu cuello. Y hacías que el mundo estuviese, para mí, condenado a pasar desapercibido. Y ahí era cuando más felices llegamos a ser, en esas huidas, en pasar horas en el sofá, a oscuras mientras te leía poemas, textos escritos por mi, las ganas que tenías de quitarte la camiseta y escribirte versos, y darte besos, por toda la espalda. 
Pero llegó un momento en el que a veces me querías y otras simplemente querías poder quererme, pero dejaste de encontrar motivos para hacerlo. Yo no creía en el desamor, pero dejaste de hacerme el amor cada noche y me rompiste. Y te entró miedo, mucho miedo, miedo a estar viviendo en el corazón de alguien, te entró claustrofobia a pasear descalzo por mis sueños. Y el miedo pudo contigo, y en consecuencia con nosotros.

Y hoy sigo pasando por la puerta de tu casa, sigo quedándome allí un rato, mirando ese portal negro con pena, y te veo salir, te veo en muchas partes, incluso he llegado a verte de la mano de otra chica, como si hubieses perdido el miedo. Mientras, yo sigo hablándole de ti a otros chicos en mi cama, hablándoles del vértigo que me hacían sentir con tus besos, de todas las ciudades que recorrimos juntos de la mano, enseñándoles las fotos nuestras con la cámara Polaroid, haciendo el tonto, tapándome la cara con tu gorro gris mientras me mordías la oreja, poniendo cara de tontos –o de enamorados, que viene a ser lo mismo-. Te metiste donde nadie te llamaba y te fuiste sin pedir permiso. Antes huíamos juntos, y hoy huyes de mí. 
Y me pregunto: “¿a cuántos latidos más con tu nombre estoy de romperme el corazón?”.

dónde escondiste nuestra posibilidad de ser eternos.

Un día nos sentaremos frente a frente y me contarás dónde escondiste nuestra posibilidad de ser eternos, por qué no me dejaste hacerte fotos mientras dormías, observarte a través de la mampara mientras te duchabas o mirarte como se mira a lo increíble mientras te peinabas.
Y me lo tendrás que contar todo, sin cafés con azúcar que puedan endulzar la situación, ya que esto ha sido un completo desastre.
No entiendo en qué momento decidiste que esto terminaba así porque sí, que no me dejarías enterrar nunca más mis dedos por debajo de la sábana para acariciar tu espalda, que no me dejarías ser mi otra piel. Y te fuiste, y no conozco peor despedida que volver a saludarte con dos besos. Y ahora nos separan demasiados kilómetros desde del pasillo de tu cama a la mía. Y dada la la buena memoria que tengo para lo que no quiero recordar, puede que nunca me olvide de ti. 

Tú te lo has buscado, eres el semáforo rojo de mi vida, en el que que me encuentro estancada desde que ya no estás, sin poder avanzar.