Mostrando entradas con la etiqueta bae. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta bae. Mostrar todas las entradas

sábado, 5 de noviembre de 2016

Por eso si te preguntas que fue de mí después de ti, ya lo sabes.


Desde tu partida o quizás la mía me he preguntado qué fue de ti cuando desaparecí de tu vida y debo aclarar, no lo hice por gusto lo hice porque era evidente que ya no me necesitabas.
Fue obvio que conociste personas nuevas, quizás mejores personas que yo o quizás no.
Pero si te preguntas lo mismo de mí, te podría decir que después de ti, no fui nadie, desaparecí e incluso hoy no me encuentro, soy un muerto en vida que vaga por las calles buscándote, que trata de encontrarte en cada rostro que ve.
Pasé por la gran pena de que mis amigas me viesen triste por ti, que me vieran con los ojos hinchados por las mañanas y ni siquiera les sonriese por cortesía.
He tratado muchas veces de salir adelante, de fijarme en otras personas tal como tú lo hiciste, pero hay un problema y es que yo, no soy como tú, de egoísta.
No soy capaz de enamorar a más de uno para no sentirme sola por las noches, para no tratar de pensar en ti y tratar de que no me “duelas”.
Sin embargo, sé que algún día voy levantarme y seguiré adelante.
Me enamoraré de alguien a quién yo de verdad quiera y le daré todo lo que tenía para ti y hasta más.
Pasaré por tu lado y te daré una gran sonrisa que te va doler, de ver mi gran felicidad.
Dicen que cada uno recoge lo que siembra, y quizás sí sea verdad.
Yo cosecharé amor y quizás tu coseches soledad y un corazón roto, así como un día me lo dejaste a mí.
Algo me dice que algún día regresarás y te sentarás a mi lado y hablaremos de todo lo que pasó en la ausencia de cada uno y te darás cuenta que nunca debiste de irte de mi lado.
Es verdad que las cosas pasan por algo, que las personas se van de tu vida o entran por alguna u otra razón. Sin embargo, tu tuviste el poder de quedarte conmigo o de así quererlo.
Pero fuiste egoísta y no te importó irte detrás de otras.

Por eso si te preguntas que fue de mí después de ti, ya lo sabes.

sábado, 29 de octubre de 2016

Te metiste donde nadie te llamaba y te fuiste sin pedir permiso.


Ya no recuerdo cuando fue la primera vez que dije que sería la última vez que te escribiría. Pero cuando empiezas a escribir algo grande en una página, en vez de pasar, intentas continuar escribiendo en los bordes y los espacios que quedan entre las líneas, de palabras que saben a tinta mezcladas con dolor.
Pero por mucho que tache todo lo que te llegué a escribir es imposible olvidar todo lo que vivimos. Siempre dijimos que intentaríamos hacerlo lo mejor posible, por si algún día nuestra historia terminase, guardar un buen recuerdo de ella, y que al recordarla solo fuésemos felices.

Pues bien, a mí solo me hace feliz recordar aquellas tardes que pasábamos en tu casa, tirados en el sofá, sin decir nada porque ya se lo decían todo nuestras manos y nuestros labios. Me hace feliz pensar en las huidas, en las escapadas que hacíamos sin planificar. Cuando me mandabas un mensaje y me decías: “estoy en tu puerta esperándote, baja tal y como estés que nadie nos verá, vamos a huir lejos, muy lejos”, y me faltaba tiempo para estar abajo con una coleta hecha con prisas, con un pantalón corto y mi camiseta preferida que me regalaste aquella noche en que me te la dejaste sin querer en el suelo de mi habitación. 
Bajaba como un huracán, y eras capaz de hacerme sentir una revolución cuando me abrazabas y me mirabas con esa sonrisa, para luego regalarme un beso que casi me dabas con los dientes de tanta felicidad como traías. Y te decía me llevases lejos de este barrio, que fuésemos a un lugar por conocer. 
Y es que éramos dos sonrisas a medias que sumaban una, éramos dos cuerpos que empezábamos a sentir vértigo al subir tan alto en esta noria, pero ningún vértigo se comparaba al que sentía mi lengua cuando se balanceaba sin paracaídas por la pendiente de tu cuello. Y hacías que el mundo estuviese, para mí, condenado a pasar desapercibido. Y ahí era cuando más felices llegamos a ser, en esas huidas, en pasar horas en el sofá, a oscuras mientras te leía poemas, textos escritos por mi, las ganas que tenías de quitarte la camiseta y escribirte versos, y darte besos, por toda la espalda. 
Pero llegó un momento en el que a veces me querías y otras simplemente querías poder quererme, pero dejaste de encontrar motivos para hacerlo. Yo no creía en el desamor, pero dejaste de hacerme el amor cada noche y me rompiste. Y te entró miedo, mucho miedo, miedo a estar viviendo en el corazón de alguien, te entró claustrofobia a pasear descalzo por mis sueños. Y el miedo pudo contigo, y en consecuencia con nosotros.

Y hoy sigo pasando por la puerta de tu casa, sigo quedándome allí un rato, mirando ese portal negro con pena, y te veo salir, te veo en muchas partes, incluso he llegado a verte de la mano de otra chica, como si hubieses perdido el miedo. Mientras, yo sigo hablándole de ti a otros chicos en mi cama, hablándoles del vértigo que me hacían sentir con tus besos, de todas las ciudades que recorrimos juntos de la mano, enseñándoles las fotos nuestras con la cámara Polaroid, haciendo el tonto, tapándome la cara con tu gorro gris mientras me mordías la oreja, poniendo cara de tontos –o de enamorados, que viene a ser lo mismo-. Te metiste donde nadie te llamaba y te fuiste sin pedir permiso. Antes huíamos juntos, y hoy huyes de mí. 
Y me pregunto: “¿a cuántos latidos más con tu nombre estoy de romperme el corazón?”.

dónde escondiste nuestra posibilidad de ser eternos.

Un día nos sentaremos frente a frente y me contarás dónde escondiste nuestra posibilidad de ser eternos, por qué no me dejaste hacerte fotos mientras dormías, observarte a través de la mampara mientras te duchabas o mirarte como se mira a lo increíble mientras te peinabas.
Y me lo tendrás que contar todo, sin cafés con azúcar que puedan endulzar la situación, ya que esto ha sido un completo desastre.
No entiendo en qué momento decidiste que esto terminaba así porque sí, que no me dejarías enterrar nunca más mis dedos por debajo de la sábana para acariciar tu espalda, que no me dejarías ser mi otra piel. Y te fuiste, y no conozco peor despedida que volver a saludarte con dos besos. Y ahora nos separan demasiados kilómetros desde del pasillo de tu cama a la mía. Y dada la la buena memoria que tengo para lo que no quiero recordar, puede que nunca me olvide de ti. 

Tú te lo has buscado, eres el semáforo rojo de mi vida, en el que que me encuentro estancada desde que ya no estás, sin poder avanzar.